El arte de superar circunstancias

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Jorge Bados

Incluso cuando estás más hundido, incluso cuanto más barro pinte tu piel, puedes sacar lo mejor de ti mismo y darle la vuelta a la situación”. A mí un día me dijeron esto. Imagino que a ti también. El problema es que aceptarlo en ese momento va con el carácter de cada uno. A veces cuesta creerlo hasta más no poder, pero es así. La madurez son distintas etapas a las que debes someterte; más si eres deportista. Diferentes estados que te pone la vida. Situaciones que tú no eliges y que más vale no fuerces. El deportista es ese cúmulo de sueños, horas y horas de trabajo, oportunidades que se aprovechan, otras que se malgastan, y lo que la vida quiera. Con el paso del tiempo me he ido creyendo que el éxito depende de uno. E intento huir de la teoría que es el destino o la vida quien marca tu meta. Quizá sí. Quizá no. Lo que sí pienso con fe ciega es que no te pares ni a contar los obstáculos que te esperan. Mejor que tu mente no acierte con el número antes de iniciar el camino; si no, nadie se atrevería, nadie se arriesgaría. Observando de manera objetiva, cualquiera ve gente a su alrededor que se pone un objetivo y lo cumple. Tarda un mes, un año, cuatro años. ¡Los que sean! Pero ahí está él/ella: cumpliendo algo que quizá a mí, a priori, me parecía inalcanzable.

En la historia del deporte hay muchísimos casos de deportistas que se marcaron grandes objetivos. Sus mentes y sus cuerpos no los procesaban como imposibles. De ahí que en gran parte ponerse una meta no sea el error, sino que éste viene por no aceptar lo que la vida te vaya dando hasta que tú llegues a esa meta, tu meta. Sin haberlo premeditado pienso en JuanMi Rando, un nadador que se sienta cada comienzo de temporada y piensa qué quiere y cómo lo va a ejecutar. A partir de ahí siempre deja la puerta abierta a los obstáculos y son estos, y no a su meta, a los que debe enfrentarse. Sería de locos no pensar en el ejemplo que supone un nadador como él: luchar contra los años, contra los jóvenes, contra las arduas mínimas, contra los mejores del mundo, etc. Esta enumeración son uno tras uno los obstáculos que este nadador, como muchísimos otros, debe pasar para llegar a la meta.

Pero vayamos más allá. Las circunstancias que nos hacen madurar. Eso que “no elegimos” y que si aceptamos, sabemos llevar y superamos, maduramos. Lo que está claro es que la madurez es un progreso personal: lo interioriza uno mismo. No es algo que sea vea de manera explícita; por lo que hemos de sumar más valor a las personas que son capaces de sobrepasar malas situaciones. En primer lugar, una etapa de maduración pasa por respetarse a uno mismo. Si tú permites que alguien te haga dudar, estás perdido; si permites que alguien entre en tu perímetro, estás perdido; si permites que alguien cuestione tu trabajo, estás perdido. Superar todo este sin fin de posibilidades provoca que el deportista avance, en cuestión, madure. De no hacerlo la fase se ralentiza, tu meta no está tan cerca como creías y, finalmente, el abandono puede ser más prematuro. Una conclusión sencilla es que a edades cortas tan importante es desarrollar una buena técnica, un buen físico como una buena base de confianza, algo que viene de muchas variables como resultados, frases positivas de tus entrenadores que siempre se van a registrar en una parte de tu cerebro y, por supuesto, un entorno familiar adecuado. Porque al final la confianza se puede desgranar: una viene del agua, la más personal; otra del coach, la más didáctica; y otra de casa, que va desde ver el sacrificio de los padres hasta el interés que puedan mostrar en ti. En conjunto, un nadador que supera lo antedicho y recobra en confianza, tendrá una muy buena fase de maduración. Porque al final – y como dice un buen amigo y entrenador -, “será más sencillo enseñarles la técnica dos años después que aleccionarles en cómo ganar confianza. Mientras una cosa viene de una mediación técnica, la otra es muy personal”.

Las fases prosiguen, y recuerda que tú estás peleando contra los obstáculos, no contra la meta. La meta es algo fijo; los obstáculos varían en el tiempo: cuando crees tenerlo todo controlado proliferan los infortunios. Y es ahí, una vez más, donde hay que superar los distintos estados para avanzar. Tener confianza no garantiza el éxito; pero te acerca a él. De esta manera, tener claro quién eres y a quién le debes parte de tu éxito es parte indispensable del camino. Hay gente que ya no está, pero estuvo. Estuvo para pensar en ti, para enseñarte cosas, para apoyarte y para incondicionalmente decirte que eras el/la mejor. “Me llamó y me dijo que a partir de ahora, cada vez que metiese una canasta, me acordase de ella”. Son palabras de Amaya Valdemoro, la mejor jugadora española de basket de todos los tiempos. Era tan solo una niña cuando recibió esa llamada de su madre que, apenas días después, fallecía a causa de un cáncer fulminante. Y esta exposición gana algo de sentido porque, como es sabido, Valdemoro siempre tuvo muy claro que quería ser la mejor, que quería triunfar y que quería llegar lo más lejos posible. La vida le dio una circunstancia que nadie en su sano juicio elegiría: la muerte de una madre. A contracorriente peleó contra los obstáculos y dejó intacta su meta, no la tocó, pues era la misma. Valdemoro, aunque ya retirada, no solo es a día de hoy una de las mejores jugadoras de la historia del baloncesto, sino que además enseña por qué nada debe cambiar tu sueño. Peleó contra lesiones de gravedad, peleó contra la soledad de estar lejos de casa, peleó contra la muerte de su madre. Peleó contra cada uno de los obstáculos que le puso gratuitamente la vida. Ganó los asaltos y, finalmente, se encontró de frente con su meta.

En nuestra natación, si necesidad de mencionar, se dan casos similares. Casos reales que estamos viviendo y que nosotros mismos, en primer término, podemos observar. Y los más atentos sabrán de quién hablo y se preguntarán cómo una niña de 14 años superó ser descalificada tras haber logrado un oro europeo con una gran marca, y, días después del hachazo, repetir prácticamente esa misma marca. Cualquier mortal se habría venido abajo. Otros en cambio, no. El simple hecho de superar los obstáculos (dejando intacto su sueño) les hace diferentes y casi insuperables.

En conclusión, es importante aceptar que hay una parte de nosotros realista y otra soñadora. Y que como dicen algunos, encontrar el punto de equilibrio entre ambas es el estado idóneo. Ante el desconocimiento de una fórmula y una receta, autoconvencerse de que estamos preparados para lo mejor forma parte de la madurez. A partir de ahí, las cartas ya están sobre la mesa y la partida se va a desarrollar en una dirección que no sabes, que te va a marear y que te va a engañar. De tu ímpetu dependerán muchas cosas. O como decía Albert Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”.

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